jueves, 9 de julio de 2015

¿DIESTRO O ZURDO? - Primera Parte

Por Joaquín Campos Galindo

Su español tenía un acento diferente y con una pronunciación deficiente. El volumen de su voz contaba con pocos decibeles. Tenía que acercarme a él con frecuencia para poder oírle. También debía pedirle que repitiera lo que deseaba comunicar. A veces mezclaba palabras de su lengua madre con el español que hablaba. Es más, prefería guardar silencio cuando no podía articular las palabras correctas en español.
Llegó a ser alumno de mi clase de quinto grado a medio ciclo escolar, tras la renuncia repentina de la maestra de grupo. Mi clase se volvió un grupo binario, por atender cuarto y quinto grados al mismo tiempo, en la misma aula. No fue mi prioridad aquel niño de mirada taciturna. Estaba preocupado en encontrar las estrategias que me permitieran trabajar con ambos grupos en el mismo espacio.
La situación académica de este alumno, era preocupante. No reunía las características escolares mínimas para cursar el sexto grado. Si estuviera en mis manos decidir respecto a su promoción o no de grado, considero que si lo reprobaría. Sin embargo, las notas que registró la maestra que tuvo en la primera parte del ciclo escolar, no harían posible la repetición de grado.
Para sorpresa mía, el siguiente año escolar tuve la responsabilidad de atender a los alumnos del sexto grado. Me vi frente a él, y pensé en el trabajoso año que pasaría con él. Decidí hacerlo leer. Que leyera en silencio; que leyera en voz alta. Elaboré una serie de preguntas que respondería tras hacer sus lecturas. Mejoró muy poco, casi nada, en los rubros que deseaba que marcara diferencia en lo que le propuse.
No logré hacer que comprendiera los textos más sencillos que encontré. En mi desesperación por los pocos avances, lo puse a copiar lecturas. Textos cortos y largos; casi siempre se llevaba toda la mañana sin avances significativos. ¡Qué decir de su caligrafía! Era pésima. No lograba, por más esfuerzo que yo hacía, descifrar sus garabatos. Lo puse a realizar ejercicios caligráficos. Trate en vano de hacerle memorizar un poema. Intenté que algunos de sus compañeros le ayudaran, nada pudieron hacer. Busqué la manera que contara frente a la clase sus vivencias durante las vacaciones. No pronunció palabra alguna.
Se me acabaron las estrategias. Mi corta experiencia como docente me ató para llevar el caso ante otros compañeros, ante la dirección o compañeros de estudios. A veces los maestros nos enfrascamos en nuestras ideas, creencias y estrategias, cuando hay un mundo en derredor nuestro dispuesto a compartirnos sus herramientas. Este error de la novatez, el de suponer que nadie nos tenderá la mano o prejuiciarse con el qué dirán, se paga muy caro muchas veces.
Una mañana de invierno lo vi jugar basquetbol en el recreo. Me llamó mucho la atención la forma como lanzaba el balón. Pensé para mis adentros: sólo un niño zurdo podría hacer esos tiros o esos dribles. Yo no tenía en el salón a ningún niño zurdo. Todos escriben con su mano derecha, juzgué. Cuando concluyó el receso, esperé a la clase de pie junto a la puerta del salón. Una vez que todos estuvieron dentro, llamé a José Abel al patio.
Sobre el cerco de matorrales de la escuela, la que colindaba con un lote baldío, coloqué una botella de vidrio. Le pedí a él que tomara una piedra y se la tirara a aquella botella. Mis sospechas eran ciertas, tomo la piedra con su mano izquierda y la lanzó con una precisión envidiable al centro de la botella. Emocionado por el descubrimiento, coloqué una segunda botella sobre el cerco y le volví a pedir que repitiera su lanzamiento. Los pedazos de vidrio volaron en todas direcciones.
Comenzó un largo interrogatorio de mi parte hacia él. Obtuve pocas respuestas comprensibles y satisfactorias. Pero me quedó claro que aunque escribía con la derecha, todas las demás actividades lo hacía como un niño zurdo: amarrarse las agujetas, hacer un tiro al tablero, esquivar a un compañero mientras jugaban a las atrapadas, sacarle punta al lápiz, borrar sus garabatos en el cuaderno… un sinfín de cosas hacía de manera diferente a sus compañeros.

Para leer la segunda parte de la historia, dar clip en: http://institutokng.blogspot.mx/2015/07/diestro-o-zurdo-segunda-parte.html  

Llegó el periodo de exámenes del tercer bimestre durante la siguiente semana y los resultados fueron desalentadores. Me dirigí a su casa una tarde fría de marzo. Me recibió su padre, quien era maestro rural, en una escuela bilingüe tzotzil. Le informé la situación académica de su hijo y le notifique la inevitable reprobación de José Abel.





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